La ignorancia no tiene límites
En las últimas cuatro décadas, gran parte del mundo ha vivido bajo un modelo de capitalismo que, si bien ha generado prosperidad, recursos y oportunidades, también ha provocado grandes brechas de desigualdad social, además de la gran crisis medioambiental en la que ahora estamos inmersos.
No hace falta ser muy astuto para percatarse de que esta crisis tiene unos responsables detrás, y no son otros más que aquellos que han promovido y fomentado modelos de negocio poco respetuosos con el ser humano y el medioambiente, pensando única y exclusivamente en el beneficio económico.
Ese capitalismo voraz, que defiende maximizar el beneficio económico a cualquier precio, está consumiendo a la población y al planeta.
¿Cómo podemos huir nosotros del Wall Street de ejecutivos de látigo?
La respuesta pasa por fomentar un capitalismo social donde la responsabilidad está dentro del modelo y las variables: humana, relacionada con la salud de las personas; social, con la generación empleo, y medioambiental, con la preservación de los recursos naturales fundamentales para nuestra supervivencia, sin olvidar “bajo peligro de extinción” la sostenibilidad económica.
Que hace 14 años hayamos visto las carencias del modelo capitalista voraz y hayamos comenzado a trabajar en el campo de la biotecnología para desarrollar soluciones naturales que rompen con el círculo del uso de químicos de síntesis tóxicos en la producción de alimentos es lo que me mueve. También generar empleo en plena crisis del COVID o impulsar, a través de nuestra obra social, MAAVi Foundation, el intercambio cultural y la integración de niños y niñas de diferentes nacionalidades mediante el deporte, la nutrición y la inserción laboral de sus padres.
Los empresarios debemos tomar conciencia del impacto de las empresas en su huésped, la sociedad. La nueva vertiente del capitalismo, social y responsable, hace más humano al capitalismo voraz, que está consumiendo a la población y al planeta.
En el capitalismo social, el ser humano, la sociedad y el medioambiente dejan de ser herramientas de marketing y pasan a formar parte del corazón de la compañía.
Aunque, sin duda, meter estas tres variables como condicionantes del modelo hace mucho más compleja la gestión.
Un propósito para cambiar el mundo
Porque, ¿cómo metemos la responsabilidad dentro del modelo de gestión? Aquí, sin duda, tener un propósito claro es clave. Para nosotros este propósito consiste en cambiar el mundo a través de la forma en la que se producen los alimentos, bajo la premisa del “no todo vale”.
Pero un propósito así requiere líderes formados, con mayores aptitudes y actitudes. Líderes más evolucionados, complejos y valientes, dispuestos a cambiar las reglas del juego y a “no venderse” al sistema.
Creo que es muy importante que empecemos a formar a este tipo de líderes en los colegios y universidades, con el objetivo de “hacer que las cosas pasen”. Propuestas como la Cátedra Farm to Fork que hemos puesto en marcha junto a la Universidad de Almería o el programa de apoyo a la formación escolar de MAAVi Foundation, la obra social de Kimitec, así como nuestra incubadora de start-ups Weboost, son iniciativas dirigidas a formar una cantera de gestores con este chip. Pero este tema que para mí es clave bien podría dar para un artículo completo.
Continente climatológicamente neutro en 2050
Volviendo al tema de la crisis medioambiental, Europa quiere ahora convertirse en el primer continente climatológicamente neutro de aquí a 2050.
Neutro: esa es la palabra clave del Pacto Verde europeo. La Comisión Europea no eligió para su futuro programa político cualquier palabra. Lo llamó “deal” (pacto, en su traducción al castellano). Eligió la misma palabra que el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt al concebir el programa con el que consiguió sacar a su país de la Gran Depresión tras el crac de 1929. El “New Deal” (Nuevo Pacto, en su traducción al castellano) de Roosevelt creó el concepto de “estado del bienestar” y salvó la economía norteamericana. Pero la Comisión Europea ha añadido un adjetivo al nombre de su plan, que es el que marca la diferencia. Aunque también se trata de un programa para sacar a Europa de los desastres de la última depresión económica, el foco se pone esta vez en el medio ambiente, y de ahí que este nuevo “deal” a la europea sea green (verde en castellano).
De la misma forma que el New Deal de Roosevelt no se centró en la economía en abstracto o en la industria, sino en la mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía, sobre todo de los más pobres, el Pacto Verde europeo, a pesar de su nombre, no va dirigido a la mejora de la naturaleza sino de la vida de los europeos y de la economía de Europa. Lo explicaba a la perfección Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión: “El Pacto Verde Europeo es nuestra nueva estrategia de crecimiento que contribuirá a reducir las emisiones, así como a crear puestos de trabajo”.
Además de las palabras, para entender la importancia del Pacto Verde europeo, también hay que tener en cuenta el contexto, solo así es posible advertir hasta dónde llega este acuerdo. El contexto inmediato al nacimiento del programa europeo fue el fin de la última crisis económica de la que Europa salió maltrecha, y un marco en el que los líderes globales, China y Estados Unidos, se alejan a pasos agigantados de la Europa que un día estuvo a la cabeza del mundo. Pero también hay que tener en cuenta, para entender el Pacto Verde, las condiciones de Europa, de las cuales la más importante es que el viejo continente es deficitario en materias primas.
La revolución neuronal
Para mí, lo que está haciendo Europa con el Pacto Verde es maximizar la materia prima NEURONA. Esa materia prima de la que Europa es excedentaria, y que es la base del Pacto Verde.
¿Pero de dónde sale la neurona? Ni más ni menos que de la escasez. Desde la más absoluta escasez es desde donde se maximiza todo, si no que se lo pregunten a Amancio Ortega o a Jeff Bezos.
Sin duda, la revolución de las neuronas surge de un desequilibrio, de esa falta de recursos, y empuja a Europa a conformar un nuevo modelo que la Comisión ha decidido llamar Green Deal, pero que bien podía haberse llamado revolución neuronal… porque el Green Deal no es más que eso, una propuesta de revolución neuronal.
Una estrategia de posicionamiento inteligente considerando que Europa no tiene materias primas ni industria con las que competir frente a China y EE. UU. Y también necesaria, en un planeta agotado que, por otro lado, seguirá aquí cuando nosotros ya no estemos – nosotros no le hacemos falta al planeta, pero el planeta, con sus recursos, sí nos hace falta a nosotros-.
Es, en definitiva, una estrategia macroeconómica orientada a la descarbonización, descontaminación y revalorización de subproductos que tiene como objetivo convertirnos en un continente climatológicamente neutro de aquí a 2050.
Una revolución que entiende la necesidad de preservación de los ecosistemas, y que, sin bienestar social el beneficio económico no tiene sentido y, en consecuencia, propone un giro hacia el capitalismo responsable. Pero, a la vez, un fracaso tanto en cuanto no permite una transición realista de uno de sus sectores estratégicos: el agroalimentario.
Suministro alimentario europeo en peligro
A nosotros nos encanta ver que las políticas europeas ahora respaldan ese capitalismo responsable que nosotros lideramos desde nuestros comienzos, pero la realidad es que la hoja de ruta de la Comisión Europea hacia la agricultura ecológica y la reducción del uso de pesticidas químicos y fertilizantes nitrogenados, contemplada en el programa Farm to Fork del Pacto Verde, recortará los rendimientos por hectárea entre un 25% y un 40%, poniendo en peligro el suministro alimentario en Europa.
Porque si en los próximos años el 50% de la superficie agrícola se cultiva bajo los actuales cánones regulatorios “ecológicos” con las herramientas actualmente disponibles, el alza en los precios globales de las materias primas agrícolas se situaría entre el 6% y el 10%, lo cual impactaría considerablemente en la inflación global y, en consecuencia, en la economía familiar, torpedeando justo el núcleo de la cesta de la compra: patatas, zanahorias y pimientos, etc.
El modelo de agricultura ecológico ha demostrado no ser competitivo por no contar con las herramientas necesarias para hacerlo igual de productivo que el convencional.
El caso es pagar peaje por comer. Parece que, si la industria del químico pierde, también debe perder el consumidor. Y “la ignorancia no tiene límites”, porque por mucho que se subvencione el cambio a la agricultura ecológica con contratación pública, si no incentivamos la creación de nuevas herramientas igual de eficaces que las de química de síntesis, con las herramientas que hay hoy para producir alimentos en ecológico, la productividad caerá y el precio de los alimentos subirá.
Por otro lado, la reducción del 50% en las materias activas químicas y del 20% en los fertilizantes nitrogenados no viene acompañada de una legislación que permita el registro ágil de soluciones naturales basadas en avances científicos, que ya existen, pero que se regulan por la normativa de los fitosanitarios químicos. La solución al problema, llámense biopesticidas o bioinsumos, se encuentra hoy legislada bajo los condicionantes inherentes a las soluciones basadas en la petroquímica y en la agroindustria que lleva 50 años contaminando nuestros alimentos.
La alternativa real a la química de síntesis en la agricultura
Esto evidencia que en la UE todavía hay un techo de cristal que impide el avance de la alternativa real a la química de síntesis en la agricultura.
Y es que, si el sistema que se plantea no dispone de medidas regulatorias más acordes a aquellas disponibles en otras zonas del mundo, donde puede encontrarse una regulación más rápida y económica, al final estaremos condenando a la agricultura europea a la ineficiencia y creando una sociedad más pobre; eso sí, climatológicamente “neutra” y “mejor alimentada”.
Un escenario nada convincente por el bien de “este planeta que seguirá aquí cuando nosotros no estemos”.
Nadie ha pensado, por ejemplo, qué van a hacer los agricultores de extensivo cuando prohíban el glifosato ni cómo afrontarán la bajada de productividad de las cosechas y el aumento de precios para todas las personas que consumen pan o aceite a diario.
Por eso, porque la agricultura ha vivido una época gris invadida por los químicos y necesita volver a la época verde hay que potenciar la neurona y la parte regulatoria.
Nosotros estamos muy de acuerdo con el Farm to Fork, pero todavía estamos esperando el plan de medidas que regulen la transición. Así, de momento, esto no es más que una estrategia a la que le falta una vuelta de tuerca más si queremos hacer que las cosas pasen.
“Queremos que la producción de alimentos sea más verde, más sostenible y económica, pero, sin esta fase un alivio en la parte regulatoria, esta historia no va hacia un final feliz”.
Centrémonos, por tanto, en lo importante, urge desarrollar soluciones naturales para las problemáticas de la agricultura actual con el objetivo de lograr su transformación, pero no hacia un modelo ecológico, sino hacia uno convencional basado en insumos naturales de alta eficacia contra las plagas, las enfermedades y el estrés ambiental al cual están sometidos los cultivos, pero respetuosos con el medio ambiente y la salud de las personas.