El momento de la singularidad biotecnológica
Cuarenta años pueden ser un periodo de tiempo muy largo o muy corto, según con qué se comparen. En relación a la historia de la humanidad, no son más que un abrir y cerrar de ojos. A pesar de eso, los últimos cuarenta años de la historia de la tecnología han proporcionado el mayor salto evolutivo en este terreno. En 1971 Intel producía el 4004, el primer microprocesador conocido. Desde entonces, la aplicación de este diminuto pero gigantesco avance ha sido el motor que nos ha catapultado hacia un escenario en el que son posibles todo tipo de prodigios. Teléfonos móviles, robótica, sistemas domóticos, vehículos autónomos e incluso los inquietantes deep fakes forman parte de una larga lista de soluciones que hace veinticinco años ni soñábamos. Comparada con los aproximadamente quinientos años de trayectoria moderna de los grandes campos de la ciencia, como la química, la física o la biología, parece que la tecnología le ha ganado la partida. No es así.
Para empezar, la tecnología no es una ciencia, sino el resultado de la aplicación de sus principios sobre toda suerte de objetos físicos o entornos virtuales para crear soluciones prácticas para el ser humano. Como ingrediente evolutivo, la tecnología digital está convirtiéndose en el elemento clave para acelerar el desarrollo de todo, incluida la forma en que cultivamos y producimos nuestros alimentos. Efectivamente, al cruzar el largo camino recorrido por la ciencia con los últimos avances tecnológicos, estamos listos para adentrarnos en el mundo de la biotecnología natural. Este es el terreno de juego en el que competimos, con ventaja, en Kimitec.
Impulsar lo natural mediante tecnología
Nuestra apuesta no es superponer la tecnología a la ciencia natural. Es impulsar lo natural con tecnología. De la misma manera que se anuncia la llegada de un momento de singularidad en el que seamos capaces de generar sistemas más inteligentes que nosotros mismos, quizás estemos más próximos que nunca a habilitar entornos capaces de regenerarse mejor y producir más sin recurrir a la química de síntesis como motor de falsa prosperidad.
La tecnología está en la base de nuestro negocio, pero no para sustituir a la naturaleza, sino para darle protagonismo. Queremos entenderla mejor, aprender de ella y potenciar sus mecanismos biológicos. A partir de aquí, nuestro modelo busca proporcionar productividad y calidad sin renunciar a lo más importante: cuidar la salud de las personas y, por ende, del medioambiente.
Durante mucho tiempo se ha defendido que para alimentar a las ya más de siete mil millones de personas que habitan el planeta es necesario aplicar fórmulas para rentabilizar al máximo el suelo y los cultivos. Si los métodos tradicionales de producción no podían cubrir más que las necesidades de las comunidades cercanas, se hacía inevitable encontrar fórmulas para aumentar el tamaño de las cosechas, tanto en volumen como en ciclos a lo largo del año, erradicando los efectos de agentes naturales que las afectaban, como las plagas o la propia acción del hombre. Correcto en teoría, pero muy perjudicial en la práctica.
La solución no era la química de síntesis
La que ahora consideramos como agricultura convencional se ha apoyado en la química de síntesis como solución al problema de la productividad. Mediante la creación en laboratorio de moléculas que reproducen los componentes activos existentes en los extractos naturales de las plantas, esta industria ha sido capaz de producir fertilizantes y pesticidas de una eficacia altísima. Ahora bien, ¿a qué coste? Los residuos químicos de estos productos no son biodegradables y han afectado tanto a la regeneración de los suelos y de los ecosistemas como a la calidad y salubridad de los cultivos.
No creemos que sea cuestión de elegir, sino de tener voluntad de encontrar el equilibrio entre lo que necesitan los agricultores, lo que demandan los consumidores y lo que exigen las cadenas de distribución. En Kimitec, hemos hallado la manera de dar una respuesta en ese sentido. La clave está en una metodología propia que llamamos 4Health, que se apoya en la tecnología más avanzada para encontrar sinergias entre botánica, microbiología, microalgas y química verde para generar productos altamente eficaces y al alcance de los productores. Por accesibles me refiero al alcance del bolsillo de los agricultores, que son los más presionados para responder a unas exigencias del mercado que los han puesto entre la espada y la pared.
Hemos logrado, a través de la investigación de moléculas bioactivas naturales, desarrollar soluciones capaces de estar a la altura de los productos de síntesis química y superarlos. Lo hacemos rompiendo con un mito. ¿Es posible desarrollar productos naturales estables, que se conserven activos durante mucho tiempo, que resistan las condiciones de envasado y transporte a las que se somete a su competencia y que lo hagan siendo competitivos en coste y eficiencia? Efectivamente, es posible.
Singularidad
No estamos en contra de la metodología farmacéutica. Al contrario; creemos que podemos aplicarla para mejorar la generación de soluciones orgánicas. De hecho, estamos logrando formulaciones homogéneas y escalables que, además, respetan el principio que nos mueve: mejorar la salud de las personas a través de alimentos más naturales. La clave está en generar insumos que no se acumulen en los suelos, en las raíces ni en los frutos, sino que se degraden con la acción del viento, la lluvia, el sol o los microorganismos.
Allá por 1957, en una conversación entre el matemático húngaro John von Neumann y su colega el polaco Stanislaw Ulam surgió, por primera vez, el término “singularidad”. Con él querían destacar el resultado de la imparable aceleración transformadora de la tecnología sobre la sociedad.
Hoy consideramos la singularidad como el momento en el que una inteligencia artificial podría ser capaz de mejorarse a sí misma, superando una barrera desconocida en la evolución humana. Aplicando, como estamos a punto de hacerlo en Kimitec, esa misma tecnología que avanza a toda velocidad a la agricultura, quizás estemos a punto de alcanzar el punto de equilibrio y evolución en el que producir alimentos solo pueda hacerse de una forma: saludable, sostenible y rentable. No me cabe duda de que estamos protagonizando una revolución biotecnológica que cambiará nuestro entorno. Para bien.